El fantasma de Walt Whitman
Walt Whitman
En Bon Echo, Ontario (Canadá), hay un majestuoso acantilado que tiene unos tres kilómetros y medio de longitud y tina altura de mil o mil doscientos metros. Una roca gigantesca se alza sobre la cresta de este acantilado cerca de la cual se encuentra una hendidura en la que los siglos han esculpido algo semejante a la cabeza de un egipcio. Se dice que esta escultura tenía, en muchos aspectos, un cierto parecido con Walt Whitman.
A los tonos cambiantes de la luz del día, de crepúsculo a crepúsculo, la majestuosa roca presenta unas líneas mutables y contornos que hechizan el ojo y provocan extrañas alucinaciones. La roca se dedicó Walt Whitman y los que viven en las cercanías la llaman “Viejo Walt“. Quizás es este hecho el que ha sugerido a cualquier observador casual el parecido con el poeta. Los observadores más realistas aseguran que no hay ningún parecido entre la supuesta cabeza egipcia con la testa completamente opuesta en forma y expresión de Walt Whitman.
Quizá por eso el fantasma de Walt Whitman decidió aparecer en Bon Echo, una ciudad pintoresca acuclillada bajo las sombras mutables de esta famosa roca. Era un lugar ideal para el regreso del poeta de la naturaleza.
La primera ocasión en que se produjo la aparición del fantasma fue en la muerte de Horace Traubel, un queridísimo amigo y uno de los albaceas literarios de su obra. Se le llamó el “mecenas” de Whitman. Conocía al poeta íntimamente, y de este conocimiento nació su “Diario”, compuesto de varios volúmenes. Escribía con el mismo estilo poderoso de su amigo y fue el fundador del famoso Club Contemporáneo de Filadelfia.
La señora Flora MacDonald Denison, en cuya casa de Bon Echo ocurrió el incidente, contó la historia de la aparición del “fantasma” en el funeral de Horace Traubel, a petición de la señora Anne Traubel.
Investigación sobre el fantasma de Walt Withman
Algún tiempo después, a petición de la “Society for Psychical Research” (Sociedad para la Investigación Psíquica), se obtuvieron declaraciones firmadas por personas conocidas que vieron al fantasma a finales del verano de 1919. El señor Traubel había estado enfermo algún tiempo y durante todo el día del 28 de agosto se había sentido muy desanimado. Su esposa apenas le abandonaba, consintiendo, tan sólo que la sustituyera a la cabecera de la cama y aun ello en raras ocasiones, la señora MacDonald. Decidieron no dejarle solo ni un minuto.
Había pasado varias horas en la baranda, donde podía ver al “Viejo Walt” y contemplar cómo se alargaban las sombras moviéndose misteriosamente a través de la gran roca, que se cernía allí con su perfil recortado sobre el cielo de poniente.
Cuando le llevaron al señor Horace advirtió de pronto que había cambiado de humor… le encontraba como iluminado y radiante.
-¡Mira, mira, Flora -gritó a la señora MacDonald-, deprisa, deprisa que se va!
-¿Qué? ¿Dónde? No veo nada, Horace -contestó ella.
La expresión radiante seguía en su rostro cuando tornó a hablar:
-¡Oh! Sobre la roca he visto a Walt. Toda la cabeza y los hombros, con el sombrero puesto, en una gloria dorada, brillante y espléndida. -Al cabo de un momento añadió-: Me tranquilizó, me hizo señas y me habló. Oí su voz, pero no comprendí todo lo que decía, sólo “Vámonos”.
Durante el resto de la velada estuvo exaltado y muy feliz y repitió la historia de la aparición del fantasma de su amigo a varias personas. La señora Traubel y la señora MacDonald creyeron que el cambio observado en él era notable. Se le había visto muy deprimido últimamente y se le había oído decir con frecuencia:
-No me despreciéis por mi debilidad -pero contrariamente aquella noche pareció del todo confiado, incluso bromista. Cuando alguien le llevó un vaso de agua, dijo-: “El Señor quizá sea capaz de hacer un agua mejor, pero me parece que nunca se ha puesto a ello“.
A pesar de que no perdía su buen humor durante los días siguientes, los que velaban a la cabecera de su cama vieron cómo sus fuerzas se agotaban con rapidez. La señora MacDonald escribió:
“Al cabo de un tiempo dijo: “Flora, les veo a mi alrededor, Bob y Bucke Walt y a los demás“. Luego se rio y le contó la historia de Ingersoll cuando escribió, a Walt, “que el Señor te ame, pero no demasiado pronto“. Cuando alguien le dio un vaso de agua, aunque ya demasiado débil para sostenerlo, dijo: “Hogar, dulce hogar“.
“El 5 de septiembre me quedé con él mientras Anne iba a dar un paseo. Él dijo: “Flora, ojalá hubiese muerto”. Contestó: “Sí, Horace, quieres abandonar tu cuerpo, pero eso no te quitará la vida”. Soltó una carcajada. “No, no estar‚ muerto ni después de mi muerte”. Luego respiró hondo y preguntó: “¨Flora, qué significa todo esto”. “No lo sé“, respondí.
“Pero, Flora, ¿qué ha sido de mí?”, dijo y yo respondí; “Oh, Horace, estás aquí mismo, con tus amigos“.
“Sí, ¿pero por qué es tan difícil morir?” Le hablé de que Walt le estaba espetando y él me contestó: “Sí, sí”.
Una noche o dos después la señora Traubel fue al cuarto de la señora MacDonald y le pidió que la acompañase hasta la veranda del Norte. La señora MacDonald dijo: “La luna está en parte nublada y el “viejo Walt” está en sombras, pero el cielo aparece despejado en la parte posterior. El agua estaba negra e inmóvil y reflejaba la imagen de la roca haciéndola parecer más oscura. Cerca del final una parte del agua se agitaba suavemente a la luz de las estrellas.
-¿Ves un bote blanco? -preguntó Anne.
Vi algo blanco y miré con fijeza para asegurarme. Dos luces claras aparecieron a ambos extremos del bote fantasma.
Anne dijo:”-Sí. Está a bordo, pero sus labios ya no responden a la tela húmeda que le puse sobre ellos”.
“Bajamos hacia el Sur a lo largo de la veranda Este y, al mirar al cielo, vimos una enorme águila que daba vueltas si cesar. Me referí a Ingersoll cuando calificó a Walt de “Un guila que marcaba los cielos por encima de los gorriones y pichones teológicos”. De pronto el águila gritó y huyó perdiéndose en la brillante luna.
De esta aparición la señora MacDonald escribió:
“El Coronel Cosgrave había estado con Horace por la tarde y vio a Walt en la parte opuesta de la cama y notó su presencia. Luego Walt pasó a través del lecho y tocó la mano del coronel que la tenía en el bolsillo. Dijo que el contacto fue como una descarga eléctrica.
“Horace notaba la presencia de Walt y así lo manifestó. No había oscuridad en la casa. Nadie parecía deprimido. Una sensación de triunfo, y de alegría invadió la atmósfera”.
A petición de la “Society for Psychical Research”, el coronel Cosgrave añadió unos detalles a la declaración de la señora MacDonald. Desde su residencia en el 209 de Balmoral Avenue, Toronto, el 20 de julio de 1920, atestiguó: “Durante los meses de agosto y septiembre de 1919 estuve en estrecho contacto con el señor Horace Traubel, a quien conocí a través de sus numerosos escritos. Con anterioridad no le había visto en mi vida, ni conocía de manera profunda las obras e ideales de Walt Whitman. Declaró esto para mostrar que mi mente, consciente o subconsciente, no estaba propensa a sufrir alucinaciones de ninguna clase referentes a estas personas.
“El servicio prestado en Francia, con las fuerzas canadienses, me había familiarizado de manera natural con la presencia de la muerte y la atmósfera que rodea a los moribundos. De esta forma el espectáculo de Horace Traubel en su lecho de muerte no creó ninguna tensión anormal como podría haberle ocurrido a aquellos que no están familiarizados con el aspecto de la muerte. Yo estaba perfectamente tranquilo”.
“Durante los tres meses previos a la defunción de Horace Traubel había permanecido junto a la cabecera de su cama, en especial durante las horas de oscuridad, esperando de un momento a otro que llegara el trágico desenlace. Sus pensamientos eran bien nítidos. Me daba cuenta del limpio toque de magnetismo que parecía rodear aquel hombre notablemente altruista. Notaba una curiosa atmósfera espiritual que había envuelto a otros hombres de gran valía en el momento de su muerte. No sentía dolor y parecía perfectamente consciente. Sus ojos sugerían cuanto necesitaba”.
“A las tres en punto de aquella última madrugada se debilitó de manera evidente haciéndose su respiración poco menos que imperceptible. Tenía los ojos cerrados y al cabo de algún tiempo se agitó inquieto, abrió los párpados y nos miró como si quisiera que le cambiásemos de lado en la cama. Sus labias se movieron como si intentara hablar. Le moví hacia atrás la cabeza, creyendo que necesitaba algo más de aire, pero él tornó a agitarse y sus ojos permanecieron clavados en un lugar a un metro por encima de la cama. Por último mi mirada se vio irresistiblemente atraída hacia el mismo punto de la oscuridad, allí había una luz pequeña, rodeada por un halo de sombra, detrás de la cortina en el extremo opuesto del cuarto”.
“Poco a poco el punto al que ambos mirábamos se hizo gradualmente más brillante y luego una ligera bruma hizo su aparición. Se extendió hasta que adoptó forma corporal y tenía un gran parecido con Walt Whitman plantado junto a la cama, vistiendo una tosca chaqueta de cheviot y un viejo sombrero de fieltro con la mano derecha en el bolsillo. Miraba a Traubel, con una sonrisa amable y tranquilizadora en los labios. Asintió dos veces como si tratase de tranquilizar a su amigo. Tenía los rasgos faciales muy claros y así permanecieron por lo menos todo un minuto, para luego desaparecer poco a poco de la vista”.
“Volví los ojos a Traubel, que permanecía con la mirada yerta y así siguió durante casi otro minuto y luego también apartó los ojos. Advertí que sus rasgos aparecían notablemente claros, despojados de la expresión preocupada que tuvieron toda la velada. No volvió a moverse hasta su muerte, dos horas más tarde”.
“Estoy completamente convencido de la seguridad de las afirmaciones antedichas y no considero el acontecimiento tan extraordinario en aquel tiempo, debido a que yo había experimentado un fenómeno similar en momentos cruciales durante los momentos más cruentos de la guerra en Francia”.
El coronel Cosgrave, a petición de la señora MacDonald y para reforzar las declaraciones de ella, añadió más detalles, tales como los siguientes: “Walt Whitman, hacia el término de su aparición, mientras Horace Traubel y yo le mirábamos, se acercó más a Horace desde la otra parte de la cama. Las fuerzas del moribundo se disipaban y se vio obligado a dejar que su cabeza cayera hacia atrás”.
“De pronto, dijo: “¡Ahí está Walt!”
Esta es pues la historia del fantasma de Walt Whitman, tal como la contaron aquellos que le vieron. Declaraciones firmadas están en posesión de la “Society for Psychical Research” y la historia, cuyos detalles esenciales se acaban de relatar, se publicó en el The Sunset de Bon Echo, el 17 de mayo de 1928.
Fuente: http://maestroviejo.wordpress.com/
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