El fantasma del museo de Blanes – Clara García de Zúñiga
El Museo de Blanes
El edificio que ocupa el Museo Blanes pertenece al período de auge de las quintas y villas del Miguelete en el siglo XIX. El ingeniero Juan Alberto Capurro, formado en el Politécnico de Turín, diseñará en 1870, para quien era entonces el propietario del predio, el Dr. Juan Bautista Rafa, una villa "paladina" y el jardín se organizará de acuerdo a las pautas de la paisajística francesa. Valiosas especies vegetales, aún hoy en pie, irán conformando un pequeño parque. Pocos años después, la Quinta se vincula a peculiares figuras de la sociedad montevideana. En 1872 es adquirida por Clara García de Zúñiga, quien gustó escandalizar a la "aldea" con sus desplantes amorosos, naciendo allí, en 1875, su hijo Roberto de las Carreras, el célebre dandy del novecientos.
Cansado de los continuos amoríos de Clara, su marido manda construir un altillo y encierra ahí a su esposa sin poder salir, por lo que se enajenó mentalmente, y aunque en un par de ocasiones logró escapar, fue recapturada y murió en ese mismo lugar.
En 1929 la municipalidad adquiere la villa a sus últimos propietarios, la familia Morales, para destinarla a museo, encargando al arquitecto Eugenio Baroffio las obras de reforma y ampliación. Baroffio mantiene y continúa el lenguaje ecléctico historicista del diseño original, dejando intacto el cuerpo frontal del edificio y construyendo dos grandes salas posteriores con un claustro porticado entre ambas.
El edificio es Monumento Histórico Nacional desde 1975, y empezaron a suceder extraños fenómenos. Cuadros que se caían de las paredes, mobiliario que aparecía corrido de lugar, ventanas que se abrían solas y portazos inesperados. Pero lo que más les helaba la sangre a los funcionarios del museo eran los sonidos hechos por el piano, como si alguien invisible lo estuviese tocando.
Cuadro de Clara García de Zúñiga El piano
Los empleados del lugar se dieron cuenta que estos fenómenos se sucedían cada vez que cambiaban el cuadro de Clarita de lugar ( el que aparece en las primeras fotos , y que fue pintado por el mismísimo Blanes cuando Clarita tenía 6 años, posiblemente en el año 1851) para las diferentes exposiciones. Pues al final se decidió dejar entonces el cuadro en el lugar original y no volverlo a tocar.
También se dice que cuando algún caballero pasa frente al cuadro, los pícaros ojos de Clarita lo siguen. Es muy curioso el efecto que produce la mirada de la dama en cuestión, y no solo personalmente.
Clara García de Zúñiga e Isabel
Clara nació el 15 de abril de 1845, fue la hija mimada de don Mateo García de Zúñiga, señor feudal de Entre Ríos, personalidad avasallante de la Confederación y hombre de fabulosa fortuna y de Doña Rosalía Elía.
Al enemistarse con Urquiza se traslada con su familia a Montevideo. El arquitecto Raffo le construirá una suntuosa residencia algo lejos de la ciudad, en la zona veraniega de los alrededores. Será la enorme casa sobre el Puente de las Duranas donde está hoy el Museo Municipal Juan Manuel Blanes: una "villa" en estilo italiano con una serie de pórticos que la envuelven, amplios salones con puertas que se abren al parque o al estanque central, un mirador desde donde se sigue el curso del arroyo y se le ve desaguar en la bahía de Montevideo. Era la casa de verano de la familia: allí nacerá Roberto de las Carreras.
El año transcurría en la residencia de la calle Treinta y Tres, transformada en un centro mundano al que concurría la élite montevideana y porteña, donde le sobrevendrá a don Mateo la larga y tenaz enfermedad que acrecentó hasta extremos de rabiosa devoción el amor de su hija Clara quien vivió todo el tiempo de la enfermedad y muerte en la habitación de su padre.
En 1859, con quince años, se había casado con José María Zuviría; de esa unión nacieron tres hijos: Isabel, Clara y Alfredo; no bien transcurrido un año comenzó la que un descendiente actual ha llamado "una tragedia shakesperiana": una historia de odios y amores desbordados que estrujó a una familia y arrastró en el debate violento a la sociedad entera de la época. Don Mateo rompe relaciones con su yerno acusándolo de difamar a su suegra de quien Zuviría habría dicho en público que lo había requerido de amores y desde entonces se rompe la vida familiar.
En Gualeguaychú aguarda a quien quiera escribir esta novela faulkneriana, el nutrido archivo familiar que ordenó cuidadosamente un bisnieto de don Mateo: Hugo Mongrell. Clara termina por abandonar a su esposo llevándose a sus dos hijos; su esposo la conmina a devolvérselos, se abre un ardiente pleito ante los tribunales y, aprovechando de sus amistades en el gobierno y del descrédito que la vida impetuosa a que se ha entregado Clara le han concitado, Zuviría rapta a sus dos hijos y se los lleva a Buenos Aires.
Esto ocurre mientras Mateo García de Zúñiga agoniza clamando contra su yerno. Muerto el padre de Clara, el poderoso terrateniente Don Mateo García de Zúñiga en el año 1872, Clara comienza a mostrar signos de demencia, su vida se torna un torbellino de calamidades, ha unido su vida A. García de Lagos y de ese vínculo nacerá Rosa Sara.
Su muerte acelera tanto el alejamiento entre madre e hija como la vida impetuosa de Clara, quien no sólo ha de mantener relaciones públicas con diversos prohombres del siglo pasado, entre ellos el secretario de Leandro Gómez, en Paysandú, Ernesto de las Carreras de esa unión nacerá Roberto de las Carreras, sino que llegará a afirmar en texto judicial que nunca ha negado su cuerpo a quien le gustara.
Roberto de las carreras (1873)
La exacerbación de las relaciones familiares tiene expresión contundente en el testamento que doña Rosalía Elia de Zúñiga redacta a comienzos de enero de 1877 y donde bajo las formas protocolares arde la brasa del rencor y el dolor.
Desde la muerte de su padre, Clara, en el apogeo de su belleza juvenil -tiene entonces veintiocho años- se transforma en la figura más llamativa de la "high life" montevideana: cruzaba la ciudad en su volanta descubierta, mantenía palco en el Solís, acudía a los centros elegantes, gastaba una fortuna en su atuendo personal, iba acompañada de un hombre que no era su marido para frenética comidilla de lo que su hijo llamaría la "aldea".
A la fecha del nacimiento de Roberto (1873) había entrado en posesión de la herencia de su padre y daba ya señales de enajenación. Así, los diarios montevideanos contaron un día de 1874 la extraña aparición de una mujer casi desnuda, en una ventana del lujoso Hotel Oriental, quien comenzó a arrojar a los transeúntes las libras esterlinas que llevaba en una bandeja.
Todavía mantiene ásperos pleitos por su fortuna, buena parte de la cual pasa a manos de los abogados (el Dr. Carlos Pelligrini cobró en la época por su intervención sucesoria la cantidad de $ 250 .000), y a la muerte de su madre, sola, rodeada de hijos pequeños que van pasando a manos de familiares, sobreviviente de un tumultuoso drama familiar, su creciente enajenación mental adquiere rasgos tan disonantes que concluye siendo recluida.
Terminará sus días en la estancia de Farrapos de uno de sus yernos; sus nietos la evocan como una figura patricia, dulce y afectuosa, que gustaba tocar al piano el repertorio de la operística italiana y bordar inacabables pájaros y flores en largos cañamazos que iba enrollando.
Fuente: http://www.guiadelprado.com/
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