LA CARRETA BRUJA
La carreta bruja
Cuentan que hace años vivió un hombre sin fe a quien todos llamaban "Chente el Malo".
Para un 15 de mayo, fiesta de San Isidro Labrador, mucha gente llegó al pueblo para la tradicional bendición de carretas. Chente también llevó la suya, pero tenía malas intenciones. La paró muy cerca de la puerta de la iglesia, lejos de las otras carretas.
Cuando el sacerdote le pidió a Chente que alineara su carreta con las demás, este le respondió que no la había llevado para que la bendijera, pues ya estaba bendecida por el diablo. Y al instante, hincando a los bueyes sin piedad, intentó entrar a la iglesia con todo y carreta, pero los bueyes se resistieron a entrar; más bien lograron zafarse del yugo y la carreta salió calle abajo con todo y Chente.
El sacerdote le dijo entonces: "Andarás con tu carreta por todo la eternidad". Los bueyes se salvaron de la maldición, porque se negaron a entrar a la iglesia.
Cuenta la leyenda que desde entonces la carreta, va bendecida por el diablo, anda sola sin bueyes que la conduzcan, causando espanto por donde se oye el "traca, taca, tarata", que hacen sus ruedas de madera.
Los abuelos cuentan que la carreta sin bueyes pasa por los pueblos de la campiña salvadoreña, en noches recientes también en la capital se escucha, donde no hay amor ni armonía entre sus habitantes, siempre los viernes, después de la media noche.
Los viernes, al filo de la media noche se escucha el sonar de una carreta que comienza en lo profundo de los llanos y se acerca lentamente, se puede escuchar claramente el chirrido de las ruedas al rozar con los ejes, con resequedad de grasa.
Esto le sucedió a Clemente un señor de avanzada edad que vivía cuando era joven en un pueblito del norte de El Salvador, venía de visitar unos parientes, era casi media noche pero él ya estaba acostumbrado a caminar por aquellas veredas oscuros, solo acompañado por la luz de la luna llena.
A Clemente nada le asustaba, se había topado con el Cipitillo, la Siguanaba y casi siempre le acompañaba el Cadejo, pero esa noche ni chipilín su fiel perro guardián iba con él. De repente faltando un par de kilómetros para llegar a su pueblo escucho el ruido (parecido a un lamento) de una carreta que se acercaba, pensó ha de ser el niño Guayo que se le hizo noche trayendo café, o será que se les había arruinado, o zafado una rueda, muchas ideas pasaron por su cabeza.
Pero cada vez aquel ruido infernal se hacía más cercano y estrepitoso, Clemente estaba por llegar al pueblo, solo le faltaba pasar junto al cementerio, siempre sentía escalofríos al pasar por ese lugar, así que solo se persigno y siguió su camino, al lograr pasar, la carreta estaba casi a sus espaldas, cuando sintió una corriente de frío helado que recorrió toda su espalda.
Lo que más le encrespó el cabello fue cuando las gallinas comenzaron con su característico cacaraquear de miedo, los perros salieron espantados aullando con un llorar lastimero, muy asustados, eso infundió un tremendo miedo en Clemente, él sabía que la carreta no era nada bueno, así que se persigno y no sabe como pero del miedo se brincó un alambrado de dos metros de alto y se refugió detrás de unos matorrales cuando sintió que la carreta estaba casi en frente, rezo todas las oraciones que conocía.
Era una carreta desquebrajada que avanzaba lentamente, además no tenía bueyes, tenía un hedor pútrido, en las puntas del estacado llevaba una calavera humana con una grotesca mueca de sonrisa. La carga de la carretera consistía en un promontorio de cadáveres decapitados y ensangrentados que se retorcían como tentáculos de mil pulpos. Los arrieros, en vez de cabeza tenían un infernal calabaza de la cual salían llamas de fuego de su boca y dos brazas encendidas eran sus ojos; En la mano izquierda aseguraban una cuma y en la mano derecha el mango de enorme látigo negro. Danzaban y hacían estallar latigazos sobre los cuerpos; a los cuales no reconoció, y tras ella avanzaban seres con la cabeza de calabaza, pasó frente a él y se alejó, gritaban y mencionaban los nombres de todas las personas en el pueblo que eran conocidas como mentirosas, falsas e hipócritas. Y mientras decía los nombres, los chicotazos sonaban como estampidos de balazos en los lomos desnudos de los cuerpos torturados, que gemían con gritos de ultratumba.
Clemente solo rezaba y cerraba los ojos, pero en eso escucho un horrendo grito, era de la niña Rita, mujer que vivía a media cuadra del cementerio. Era tal la curiosidad de la vieja que cuando escuchó el ruido de la Carreta Bruja salió de su casa a verla y su espanto fue tan grande que amaneció muerta encima de un charco de su propia sangre. Por curiosa, chismosa, revoltosa, criticona. Y desde entonces la Carreta Bruja se escucha los viernes, a la media noche, recogiendo los cuerpos de los malosos del pueblo
Clemente no se acuerda como llegó a su casa, solo que paso 3 días con fiebre, desde ese día ya no se deja agarrar más de la noche y peor si es viernes.
Pero la carreta siempre recorre los viernes las calles de pueblos y ciudades solitarias en busca de almas perdidas. Si te encuentra esta vez no podrás escapar de ella.
Fuente: http://cuentosleyendasmitos.blogspot.com.es/
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