Thursday, November 7, 2013

LOS CÁTAROS

LOS CÁTAROS

A lo largo del golfo de León, al oeste de Marsella se extiende la antigua región del Languedoc. En 1208, el papa Inocencio III amonestó a los habitantes de la zona porque mantenía comportamientos contrarios a los dictados de la Iglesia. Un año después, un ejército de 30.000 soldados invadía la región a las órdenes de Simón de Montfort. Lucían en el pecho la cruz roja de los cruzados de Tierra Santa, pero sus propósitos eran muy distintos. Su misión era exterminar al catarismo (los puros, término griegokazarós) que habitaban en el Languedoc y a los que el papa, apoyado por el rey Felipe II de Francia, había condenado como herejes. La matanza duró treinta y cinco años y se cobró decenas de miles de muertos, finalizando con la horrenda carnicería del castillo de Montségur, donde doscientos rehenes fueron empalados y quemados vivos en el año 1244.

La doctrina cátara era en términos religiosos esencialmente gnóstica; persona de valores espirituales elevados, consideraban que el alma era pura mientras que la materia física era corrupta por naturaleza. A pesar de que sus convicciones estaban en oposición con los ambiciosos propósitos de Roma, el temor que los cátaros provocaban en Roma tenía un origen mucho más amenazador. Se les consideraba como los guardianes de un gran y sagrado tesoro, relacionado con una fantástica y remota forma de conocimiento. En esencia la región de Languedoc era la misma que durante el siglo VIII había formado el reino judío de Septimania, fundado por el vástago merovingio Guillermo de Gellone. La zona formada por el Languedoc y la Provenza estaba impregnada de las tradiciones que Simón/Lázaro y María Magdalena habían aportado mucho tiempo atrás, y sus habitantes consideraban a María como “la madre del Grial” de la verdadera cristiandad de Occidente.

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Estela situada en el Camp dels Cremats (campo de los quemados), recordando la pira en la que ardieron 200 cátaros defensores de Montsegur.

Al igual que los templarios, los cátaros toleraban las culturas judía y musulmana y defendían la igualdad entre los sexos. La Inquisición católica, establecida en 1233, se encargó de condenarlos y reprimirlos violentamente, acusándoles de todo tipo de blasfemias.

Contradiciendo las imputaciones, las evidencias aportadas por testigos presenciales muestran que la Iglesia del amor promovida por los cátaros se basaba en una inflexible devoción por el ministerio Jesús. Creían en Dios y en el Espíritu Santo, rezaban las oraciones al Señor y administraban una sociedad ejemplar, con su propia asistencia social y escuelas y hospitales gratuitos. Los cátaros tenía la Biblia traducida a su propia lengua, la langue d´oc, acepción de la que se deriva el nombre  de la región, y la población no cátara se beneficiaba de los mismos privilegios altruistas que ellos.

Los cátaros no fueron herejes, tan sólo inconformistas. Predicaban sin permiso, ignorando la necesidad de confirmar sacerdotes, y evitaban las iglesias ricamente ornamentadas de sus vecinos católicos. San Bernardo había dicho de ellos: “No hay sermones más cristianos que los suyos, ni morales más puras que las suyas”.  Aun así, los ejércitos del papa, disfrazados de cruzados en una misión santa, erradicaron su comunidad de la faz de la tierra. El edicto de aniquilación abarcaba también a todo aquel que hubiera brindado cualquier tipo de apoyo a los cátaros, lo que incluía a la mayor parte de la población del Languedoc. Para respaldar la posición inquisitorial, los dominicos acusaron a los habitantes de la región de practicar relaciones sexuales contra natura. Esta imputación ha dado lugar a todo tipo de suposiciones sobre el carácter de tales desviaciones. En realidad, lo que la sabia gente del Languedoc practicaba no era más que una forma de control de natalidad. En lo referente a bienestar social y educación, los cátaros eran sin duda el pueblo más cultivado de Europa y el acceso a la enseñanza era igualitario en ambos sexos.

En aquel tiempo, el Languedoc provenzal no formaba parte de Francia, sino que constituía un país independiente. Políticamente estaba más relacionado con los condados catalanes. Las lenguas clásicas, la literatura, la filosofía y las matemáticas eran asignaturas en las escuelas. La zona era rica y el comercio estable, pero todo cambió cuando las tropas del papa llegaron a las estribaciones pirenaicas. En alusión al pueblo de Albí, situado en la comarca, la salvaje campaña fue llamada como la “cruzada albigense”.

A los cátaros se les consideraba expertos cabalistas, una cualidad que pudo ayudar a que los caballeros del Templo consiguieran su objetivo y transportaran el arca desde Jerusalén hasta el Languedoc. Estos hechos, indujeron a Roma a considerar que las tablas del Testimonio y los manuscritos sobre los Evangelios se hallaban ocultos en la región.

La tradición provenzal conservaba la tradición del linaje del Grial desde el siglo I de nuestra era. La iglesia Rennes-le-Château había sido consagrada a María Magdalena en 1059 y, en la región, la gente consideraba la interpretación de Roma, sobre la Crucifixión como un engaño. Al igual que los templarios, los cátaros no creían que Jesús hubiera muerto en la cruz. Para un sistema desesperado y fanático la solución fue arrasar. La Iglesia dudaba si había sido el tesoro trasladado durante la masacre o si permanecía oculto en algún lugar. Los caballeros templarios debían conocer la respuesta y, tras la estela de la matanza de Languedoc pues estaban destinados a sufrir el mismo destino.

El simulacro de cruzada acabó en 1244, pero hubieron de pasar sesenta y cuatro años antes de que el papa Clemente V y el rey Felipe IV estuvieran a disposición de someter definitivamente a los templarios para intentar la apropiación del misterioso tesoro. En el año 1306, la Orden del Temple era tan poderosa que el propio rey de Francia la temía; le debía una enorme suma de dinero que no podía restituir porque se hallaba en la más completa bancarrota. También temía su poder esotérico y político, que sabía superiores al suyo propio. Apoyado por el papa, Felipe IV decidió perseguir a los templarios tanto en Francia como en otros países. Los caballeros fueron arrestados en Inglaterra, pero no en Escocia, donde la nación entera había sufrido la excomunión papal por el enfrentamiento que sostenían, a las órdenes de Robert de Bruce, contra el yerno de Felipe, rey Eduardo II de Inglaterra. La excomunión de Escocia como nación no fue derogada hasta el año 1323, tras la derrota de Eduardo II ante Robert de Bruce en Bannockburn y la redacción de la Constitución escocesa, la Declaración de Arbroath, en 1320. Más tarde, en 1328, el tratado de Northampton, firmado bajo el reinado de Roberto I, reconoció la independencia de Escocia.

Hasta el año 1306, la Orden del Temple había podido operar sin intromisión del papa, pero Felipe logró cambiar la situación. Después de que el Vaticano promulgara un edicto prohibiéndolo imponer contribuciones a los clérigos, planeó la captura y asesinato del papa Bonifacio VIII. Su sucesor, Benedicto XI, también murió en extrañas circunstancias poco tiempo después. Finalmente, Felipe pudo sentar en el trono papal a su propio candidato, Bertrand de Goth, arzobispo de Burdeos, que tomaría el nombre de Clemente V. Decidido a saldar su deuda con los templarios, no tuvo más que utilizar al papa que controlaba y acusar a la orden de herejía. Era el cargo más fácil, puesto que era de sobras conocido que los caballeros no creían en la versión de la Iglesia sobre la Crucifixión, ni aceptaban portar la cruz latina en sus vestiduras. También se sabía que los templarios tenían trato diplomático y relaciones con judíos, gnósticos y musulmanes.

El viernes 13 de febrero de 1307 los sicarios de Felipe pasaron a la acción y capturaron a los templarios en toda Francia. A los prisioneros les esperaba la cárcel, torturas etc…Testigos sobornados, aportaron las evidencias necesarias y se dieron declaraciones realmente sorprendentes. Las acusaciones incluyeron: homosexualidad, aborto, blasfemia y práctica de la magia negra. Tras las declaraciones, extraídas en ocasiones a la fuerza, los testigos desaparecían sin dejar rastro. Pero, a pesar de todos sus esfuerzos, el rey no consiguió su objetivo y tanto el arca como los bienes permanecieron lejos de su alcance. Sus secuaces habían conseguido el control sobre la Champagne y el Languedoc, pero el tesoro se hallaba en buen recaudo.

El gran maestre de la orden al suceder estos hechos eran Jacques de Molay. Sabedor de que el papa Clemente V era un instrumento del Rey Felipe, De Molay embarcó el tesoro en una flota de dieciocho galeras en el puerto de La Rochelle. La mayor parte de las naves se dirigieron a Escocia, y Felipe, desconocedor de su destino final, busco la alianza de otros monarcas europeos para perseguir a los templarios fuera de Francia. El siguiente paso fue obligar a Clemente a ilegalizar la orden en 1312. Dos años después Jacques de Molay perecía en la hoguera.

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Iniciación de Jacques de Molay, Marius Granet 1777.

«”Dios sabe quién se equivoca y ha pecado y la desgracia se abatirá pronto sobre aquellos que nos han condenado sin razón. Dios vengará nuestra muerte. Señor, sabed que, en verdad, todos aquellos que nos son contrarios, por nosotros van a sufrir.” “Clemente, y tú también Felipe, traidores a la palabra dada, ¡os emplazo a los dos ante el Tribunal de Dios!… A ti, Clemente, antes de cuarenta días, y a ti, Felipe, dentro de este año…”»

En el plazo de un año, dicha maldición se suponía que comenzaba a cumplirse, con la muerte de Clemente V (20 de abril de 1314) y de Felipe IV (29 de noviembre de 1314)

Eduardo II de Inglaterra no era partidario de perseguir a los templarios, pero su parentesco con Felipe le situaba en una encrucijada. Finalmente, tomó la decisión de dejar actuar a la Inquisición después de recibir instrucciones definitivas del papa. Se procedió al arresto de muchos de los templarios que se hallaban en Inglaterra, y sus bienes y tierras, tras ser confiscados acabaron en poder de la orden de los hospitalarios de San Juan.

Sin embargo, en Escocia las consignas del papa fueron totalmente ignoradas. Mucho tiempo antes, en 1128. Hugues de Payens había pactado con el rey David I de Escocia tras el concilio de Troyes y Bernardo de Claraval había promovido la integración de su poderosa orden cisterciense en la Iglesia celta. El rey David entregó a los templarios, los territorios de Ballantradoch, adyacentes al estuario del Forth (conocido como Poblado del Temple) y al principio se establecieron al sur de Esk. Sucesivos reyes apoyaron y promocionaron la orden, en particular Guillermo el León. Los caballeros del Temple recibieron grandes extensiones de tierras, en su mayoría cerca de Aberdeen y Lothians, y hasta Ayr, el oeste de Escocia. Un grupo de caballeros luchó en la batalla de Bannockburn, en 1314, tras la cual aumentaron su presencia en las zonas de Lorne y Argyll. A partir del reinado de Robert de Bruce, todo sucesor Bruce y Stewart (Estuardo) era templario desde el momento de su nacimiento y, en virtud de ello, la casa real escocesa pasó a ser no sólo de sacerdotes-reyes, sino de caballeros-sacerdotes-reyes.

Fuente: http://maestroviejo.wordpress.com/


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